Como muchos sabréis, cuando uno está hasta arriba de trabajo y las fechas límite le acechan como hienas salvajes siente un deseo repentino por hacer todas esas cosas que ayer, que tenía el día libre, le parecían poco apetecibles. Por ejemplo, leer ese libro que dejaste a sólo cuarenta páginas de terminar hace dos meses, jugar a ese videojuego que hace tanto que no sabe de ti que está punto de desinstalarse él solito o buscar una excusa en un encuentro casual con IMDb para terminar escribiendo un post. Si nos basamos en datos empíricos, se podría decir que hoy, a dos días de una entrega para Historia Antigua a través del cine, he cumplido dos de esas tres cosas. ¿Por qué exponer al mundo mi carácter procrastinador cuando todavía no tengo trabajo, os preguntaréis? Pues para contextualizar, aun a riesgo de cavar mi propia tumba y enterrarme dentro con mi escasa buena reputación. Como os contaba, estaba buscando información sobre la serie Spartacus: Sangre y arena en IMDb para un trabajo que tengo que hacer sobre El Peplum en Hollywood 2.0: La antigüedad en la televisión. Los que me conozcáis un poquito entenderéis por qué me decidí a hacer esta asignatura. Los que no, debéis saber que me encanta el cine desde que tengo memoria, cosa de la que mi hermano Javier tiene buena parte de la culpa. Mi tradición más sagrada es ir cada viernes a mi sala más cercana y, cuando no puedo, me quedo en casa con mi fría tele de plasma. El primer año que pasé en Barcelona iba a menudo al Club Coliseum a ver películas sola y, si aún viviera en Madrid, estoy segura de que sería una de las socias más pesadas de la Filmoteca. Incluso con la sala llena de gente irrespetuosa, que ya es rutina, hay algo en el cine que hace que mi mente anule todo eso y me quede siempre con lo bueno, por poco que ofrezca una película. Sé que hoy en día la mayoría del cine que nos llega es un negocio y en muchos casos un montaje glamuroso evidente. Muchas veces acepto eso y voy a ver películas que podrían ser más de lo que son y otras me siento en una sala a la una de la mañana, sola con mi pareja, viendo una película que nadie sabe cómo ha sobrevivido en cartel más de dos semanas.

Entre unas y otras puede haber muchas diferencias, pero si hay algo que me cuesta tolerar en ambas son los títulos. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Dónde nació esa tendencia de estupidizar al máximo los títulos de las comedias? ¿Por qué las distribuidoras sufren tanto sólo de pensar en traducir al castellano los títulos de las películas de ciencia ficción? ¿Desde cuándo respetamos el título en inglés sólo cuando «queda molón» y no cuando realmente tiene sentido hacerlo? No puedo comprenderlo. No sé cómo hemos llegado hasta aquí. Claro que si recuerdo que soy una fiel defensora del cine en versión original, todo esto de los títulos se me desbarata un poco. Me sucede lo mismo con los «tráilers», puesto que no han sido pocas las veces en las que me han vendido una película que yo no quería ver, hasta que algún conocido sin miedo le ha echado un vistazo y me ha sacado de mi error. Mi pregunta es, ¿qué culpa tengo yo de que las distribuidoras se empeñen en intentar vender películas orientadas a un público muy específico a las grandes masas? ¿Por qué es mi deber despojarme de todo prejuicio e indagar sobre el título original de cada comedia que voy a ver para saber si es un pestiño o puede merecer la pena? Porque hay personas ahí afuera que quieren hacerse ricas, señores. Los daños colaterales somos nosotros, los espectadores más fieles, y un traductor que está en su casa escribiendo con su propia sangre un título que le horroriza por encargo de su jefe, al que llamaremos «El Corbatas» (desde aquí, mi profundo respeto a la gente que lleva corbata al trabajo y SÍ tiene escrúpulos). «El Corbatas», si pudiera, le vendería Pi: Fe en el Caos de Aronofsky a tu tía, la que el otro día lloraba con la boda real inglesa. Y si le dejan, lo va a intentar. La primera víctima será el traductor, ese pobre hombre que, en el imaginario colectivo, es el culpable de las atrocidades que vemos cuando consultamos la cartelera. De él me he acordado hoy cuando he visto en ese hermoso lugar que es IMDb que «Coming soon» tenemos la secuela de The Hangover, película que en España se tradujo como Resacón en las Vegas. También me he acordado de este artículo de Xosé Castro en El Trujamán y de cómo subía y bajaba la cabeza en gesto afirmativo o me llevaba las manos a la cabeza en un gran «facepalm» mientras lo leía.

Es que "La resaca" les sonaba a cosas del mar.
Hay muchísimos errores de traducción que se solucionan con un simple parche de contenido, una reedición o una actualización de una web. El título de una película es para siempre. Sí, para siempre. Por eso, «El Corbatas» debería pensárselo dos veces antes de cortarle las alas al traductor. Y el traductor, si se siente valiente esa mañana, debería intentar explicarle a «El Corbatas» (aunque ya sé que es muy complicado, amigos) por qué Resacón en las Vegas es un título desafortunado no, lo siguiente. La primera vez que vi anunciar esta película sentí un escalofrío en la espina dorsal. «Otra» pensé «otra maldita estúpida comedia americana» (¡cuántos adjetivos! Y los que me dejo). Puede que un viernes por la tarde me planteara verla, pero no estaba en mi lista de prioridades de aquí al 2080. Todo por un título. Un título que me alejó de una más que divertida comedia hasta que las recomendaciones pudieron más que el repelús. Sin embargo, amigos, más allá de los prejuicios iniciales que nos pueda suscitar un título está el verdadero crimen, y es que esta traducción nos ata las manos de cara al futuro. Ahora mismo eso es algo peligroso, las secuelas están a la orden del día y más en franquicias que funcionan solas. Parece que dejar el título como La resaca, que no es ni más ni menos que la traducción literal del original, le daba un aire demasiado serio. Hasta se podría confundir con una comedia europea, «El Corbatas» no lo quiera. Supongo que el siguiente paso era hacer que la palabra «resaca» fuera más simpática: pues «resacón», que es lo que tiene la gente de a pie: «uf, vaya resacón…». Pues vale, muy bien, aceptamos barco. No, no, «El Corbatas» todavía no está contento, a esto le falta glamour, le falta el toque «hollywoodiense». «¿Dónde dices que es la peli?», pregunta. «En Las Vegas», contesta el traductor. «Por favor, simple traductor ¿qué vende más que Las Vegas, icono del capitalismo por excelencia? Ponlo, ponlo. Y al diseñador le dices que me cambie esa letra estilo palo seco por unos neones guapos, guapos.» Y así nació Resacón en las Vegas y llegó hasta nuestros cines. Imaginemos que el traductor, osado, se atrevió a sugerir que, si la película tenía éxito (como en los tiempos de Hot Shots!) se haría una segunda parte y que «El Corbatas», en su actitud habitual, se fue a recargar su móvil corriendo aburrido por tales tecnicismos lingüísticos que ahora no eran más importantes que ganar dinero. Y entonces llegó el día.
Donde antes teníamos un simple The Hangover ahora tenemos un The Hangover 2, y el nuevo traductor un marrón importante. ¿Dónde queda la continuidad de la saga? No podemos llamar a la película Resacón en las Vegas 2, simplemente porque ¡oh! sucede en Tailandia. El traductor, azuzado por la distribuidora y su leal súbdito, «El Corbatas», deambula por casa fustigándose con una hoja de ficus y preguntándose «¿¡qué hago ahora, Santa Patata Frita!?». Con este problema encima sólo hay una solución: la referencia a la franquicia no puede perderse y lo único que nos queda libre de contextos pasados es «resacón en». Ahora la solución más limpia, bonita y lógica sería informarse, averiguar que, como decíamos, la película sucede en Tailandia y unir las piezas como si de un puzle para niños mayores de 18 meses se tratara: Resacón-en-Tailandia. Qué bonito, qué melódico, qué continuidad. Pero no. «El Corbatas» no está satisfecho y nadie lo entiende, pero él acaba de ver una oportunidad de mejorar su glorioso primer título. Quiere un 2 y lo quiere para ayer. ¿Cómo va a saber la gente que es una segunda parte si no hay uno? Ya tenemos Resacón 2. Podríamos dejarlo ahí y aceptar una ligera reminiscencia de una película a otra, pero no. En la anterior quedaba claro dónde sucedía la acción, ¿por qué aquí no? Hay que arreglarlo. Al más puro estilo Fairy de limón subtitula «¡Ahora en Tailandia!» como quien exclama «¡Ahora con más concentrado de limón!». Sublime ¿verdad? Sin duda, cuando voy al cine lo que quiero es tener la sensación de que me están vendiendo un yogur en lugar de una película. El problema del señor que vende es que no siempre piensa como el señor que consume. O, mejor dicho, el señor que vende piensa siempre que el señor que consume es idiota. Esto me hace mucha gracia, especialmente después de años de oír a mis profesores que no hay nada más «reader friendly» que el inglés (¡huid de la anáfora y la catáfora, pecadores!). Resulta que los distribuidores de nuestro país no están de acuerdo: ellos quieren llegar a la cumbre de la simplificación, quieren darle la información mascada o, peor aún, adulterada, a sus espectadores.

Cada vez que añades un subtítulo un rotulista mata a un gatito.
Incluso asumiendo la idiocia del espectador, Resacón en Tailandia era una opción mucho más lógica ahora que nos hemos metido en un jardín del que no podemos salir. Aun así, podía tener sus inconvenientes. Supongo que «El Corbatas» pensó que la gente la confundiría con un remake oriental de la primera, y no la relacionaría con una segunda parte (a pesar de que tengamos el cartel con los mismos actores y nos bombardeen a publicidad). Algo parecido ocurrió con la desafortunada Bienvenidos al Sur, que fue confundida por mucha gente por una segunda parte de Bienvenidos al Norte (una comedia francesa que recomiendo encarecidamente, por gafapasta que suene), en lugar de ser tomada por lo que era: un remake a la italiana de esta última. De hecho, toda la confusión viene de la propia traducción en español e italiano de Bienvenidos al Norte, puesto que el título original en francés es Bienvenue chez les Ch’tis. Ni norte, ni sur. Mirad en qué líos nos puede meter una traducción. En el caso de The Hangover fueron mucho más inteligentes las traducciones de otros lugares como Italia, donde se llamó Una notte da lioni (literalmente, Una noche de leones), o Sudamérica, donde se tituló ¿Qué pasó anoche?. En ambos casos el título elegido no nos ata las manos de cara a posibles secuelas y con añadir un simple 2 el público asociará automáticamente una película con otra. Puestos a cambiarle el título a la película para hacerla más transparente o comercial, prefiero cualquiera de las dos opciones anteriores, aunque también es peligroso si el día de mañana a alguien le da por rodar What happened last night? (de hecho, ya hay una película coreana que se llama así). No quiero dar a entender que los españoles seamos primates sin ningún tipo de lucidez y nos sea totalmente imposible relacionar una película llamada Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia! con su predecesora; es que estética, lógica y contextualmente es un horror. Un destrozo. Un sacrilegio. Y lo peor de todo es que la culpa no la tiene el traductor y eso no lo sabe casi nadie. Seguramente nuestros familiares, amigos y conocidos estén cansados de que saltemos siempre que alguien lo menciona como fieras recién liberadas: «¡te estás equivocando, eso no es culpa del traductor, es que las distribuidoras les obligan a buscar un título comercial y lo más graciosete posible para atraer a incautos!». Todo esto con la cara roja y la furia de quien ve su profesión criticada desde el desconocimiento, claro, pero nos desviamos del tema. En otros países también hubo elecciones que nos trasladan al más absoluto surrealismo, como es el caso de Bélgica y Francia donde se llamó Very Bad Trip. Sí, señores, cambiamos un título en ingles por… otro en inglés. Fantástico.

Otra que tal baila.
Llegados a este punto sólo me queda preguntarme qué habría pasado con películas como Ocean’s Eleven de haber sido traducidas con este tipo de criterios. Qué pasaría si alguien hubiera decidido adaptarlas al castellano y en vez de Los once de Ocean se les hubiera ocurrido traducirlo como Los chicos de Ocean o Dándolo todo por mi colega Ocean o alguna otra sandez digna de un programa de Leticia Sabater, que tantas secuelas ha dejado en mi ya de por sí dañada mente. De haber sido así, cuando llegara Ocean’s Twelve iríamos a nuestros cines para encontrarnos con Los chicos de Ocean: ¡ahora son doce! y buscaríamos lo antes posible no la salida de incendios, sino la entrada más cercana al infierno. ¿Y si Los padres de ella, una traducción bastante libre pero que a mí me gusta, se hubiera llamado ¡A por los suegros!? ¿Nos habríamos atrevido a llamar a la segunda parte ¡A por los otros suegros!? ¿Qué me decís de cambiar 28 días después por Infectados, y luego a 28 semanas después por Vuelven los infectados? Cuando salga 28 meses después podemos rematar la faena ofreciendo al público Los infectados vuelven a volver. Puede pareceros que estoy llevando las cosas al extremo, pero veo que, al menos en algunos géneros, este es el camino que está siguiendo la industria. La industria, quiero insistir. Por suerte, en estos casos hemos salvado el pellejo pero, ¿y si alguien decide hacer una secuela para (500) Days of Summer (aquí (500) Días juntos) y la llama (500) Days of Autumn? ¿Cómo se va a llamar, (500) Días Superjuntos o (500) Días Pegados? Si habéis visto la película sabréis que Summer es la protagonista, de ahí el juego de palabras: (500) Días de verano vs. (500) Días con Summer. Reconozco que este caso concreto era muy complicado, y es uno de esos en los que yo habría mantenido el original y habría puesto la traducción en un subtítulo, o incluso habría eliminado el juego de palabras dejándolo en un simple (500) Días con Summer, que al final, como espectador, nos dice lo mismo que (500) Días juntos y deja más puertas abiertas. Además, en español ya de por sí sobra ese 500 entre paréntesis, porque si lo quitamos el título queda condenadamente mal (Días juntos) mientras que en inglés suena perfectamente familiar (Días de verano). Y es que, ¿en cuántas ocasiones el significado del título de una película no se recoge dentro de la misma? Si os interesa contestar a esta pregunta, os recomiendo que visitéis este completo blog sobre títulos de películas, está lleno de curiosidades.
Ahora ya he procrastinado, he huido de mis responsabilidades durante un rato y os he contado algo que, en el fondo, no tiene relevancia. Porque sí, pase lo que pase, «El Corbatas» ya ha ganado y lo único que ha cambiado es que esta traductora, mientras compre su entrada para Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia!, fruncirá el ceño. Y mucho.