Tarjetas que dan vida

Después de «Subtítulos que matan», el drama que conmocionó a la comunidad traductoril, llega a sus pantallas una historia de amor y superación personal… Nah, es broma. Tendréis que perdonarme, pero son días tensos y estresantes para los que asistiremos a la II International Conference on Video Game and Virtual Worlds Translation and Accessibility. A mí me están temblando ya hasta los menudillos. Una servidora va a proporcionar a los asistentes una voz melodiosa de fondo para que se echen una siesta relajante y, los demás, a contar cosas muy interesantes sobre traducción, localización, control de calidad y accesibilidad, entre otros maravillosos temas. Si te lo pierdes hay tres opciones: estás loco, estás lejos o estás sin blanca. ¡Menos mal que existe Twitter!

El caso es que este último mes ha sido algo difícil de sobrellevar por diversos motivos personales y profesionales y, para rematar, las entregas de clase han empezado a apilarse de forma monstruosa. Esto pasa siempre que estudias algo: hay dos o tres épocas al año en las que los profesores se ponen de acuerdo sin saberlo de forma misteriosa para hacer coincidir las entregas más importantes en un mismo periodo de tiempo. No sé cómo lo hacéis, queridos profesores, pero tenéis que explotar este don sobrenatural de otra forma. En definitiva, he ido como un muerto viviente de aquí para allá sin ponerle mucha energía o ilusión a la vida. Y eso nunca gusta. Pero no todo es sufrir y el universo te recompensa con detalles pequeños, tontos, pero que te devuelven un poco de energía.

Justo ayer estuve de visita con mis compañeras de prácticas en un estudio de doblaje oyendo cosas realmente escalofriantes y mordiéndome los nudillos para no hacer nada estúpido porque, oye, la ignorancia y el maltrato ajenos no se arreglan con violencia. La vida ya pondrá a cada uno en su sitio. Al final, además de cansada, llegué algo indignada a casa, pero vi que una de mis anteriormente mencionadas compañeras, Nadia, escribió esta entrada sobre sus tarjetas profesionales y lo bien que se sentía al tenerlas. Y entonces me di cuenta de que lo que había escuchado esa mañana sí que había servido para algo: para demostrar que a gente como ella nadie le va a quitar la ilusión, aunque sea realista y sepa que las cosas están jorobadas. Por un oído le entró, por el otro le salió, y eso me dio muchos ánimos para irme a dormir más tranquila y decidir tomarme un día libre (hoy) para recuperar fuerzas.

Esta mañana ha amanecido, no os contaré a qué hora para que no me perdáis el respeto, y lo primero que he visto ha sido un tweet de Curri, que me avisaba de que había llegado a su casa el pedido de tarjetas que hice a Moo. Sí, a su casa, porque esta muchacha tan maja me ha ahorrado unos eurillos de gastos de envío y, además, se ha tomado la molestia de hacerles unas fotos. La verdad es que me he sentido igual que el día de Reyes, pero cuando las he visto me he emocionado más todavía. Han quedado tal y como esperaba. Son mis primeras tarjetas y tenía miedo de que pudiera cambiar mucho el resultado, pero recomiendo encarecidamente el servicio de Moo: no es el más barato, pero es rapidísimo y la calidad es estupenda. Aquí están:

¿Qué os parecen? Todo el esfuerzo y la creatividad en realidad se los debo al diseñador de estas tarjetas, alguien que me conoce muy, muy bien y que ha dado en el clavo a la primera: mi hermano Javier (available for hire ;D). Por más familia que seamos, hacer un trabajo así en tan poco tiempo y sin cambiar apenas ningún detalle después de consultar con el cliente me parece algo admirable. Tengo esa suerte, amigos, me tocó un hermano diseñador, fotógrafo, escritor y en general un tío con talento. Y, de regalo, un novio hecho de la misma masilla. Puedo pagar estas cosas con amor, comida y publicidad gratis en Tumblr, suerte la mía. De todas formas, animo a todo el mundo a buscar a un buen profesional para estas cosas alguna vez en la vida, porque hace mucha ilusión ver el resultado. Claro que las que se curra uno solito también pueden ser estupendas, no hay más que ver los ejemplos que nos mostró Olli ya hace algún tiempo. Hay gente por ahí que hace auténticas maravillas que puede que os sirvan de inspiración. Al final, lo más importante es sentir que en ese pequeño papel hay un poco de nosotros mismos. En este caso, queríamos algo desenfadado y que reflejara cada una de mis áreas de especialidad de una forma simpática y yo estoy muy contenta con el resultado. Además, la idea de incluir un código QR me parece muy útil. Para el logo, a mi hermano se le ocurrió aprovechar la feliz casualidad de que mi inicial y la de mi profesión fueran las mismas que las de las «N. del T.» y crear una especie de imagen corporativa con el asterisco como sello personal. Os dejo otra imagen donde se ve un poco mejor el texto de las tarjetas:

Ahora ya solo queda terminar la página web, hacer que la gente se duerma en la conferencia, conocer a más gente estupenda y seguir haciendo cosas. Además, el día 22 hará un año que este blog cobró vida y me falta sitio en el ciberespacio para explicaros la cantidad de cambios positivos que ha traído a mi vida. Si me contaran todo lo que me iba a pasar hacer 365 días, jamás me lo habría llegado a creer. Y vosotros, ¿tenéis tarjetas profesionales? ¿Os atrevéis a contribuir a la Semana de la moda tarjetil con una entrada sobre ella? ¡Yo no puedo esperar al jueves para cambiar cromos con mis traductores favoritos!

Subtítulos que matan

Qué mejor día que un 29 de febrero para hablar de cosas raras. Como todos sabréis, el domingo se celebró la gala de los premios Oscar, así que el sábado (entre mocos y estertores de muerte) me senté en el sofá con Albert como cada año y nos pusimos al día con las poquitas películas que nos habían quedado por ver. Obviamente tuvimos que hacerlo de formas no del todo legales, pero es que qué culpa tengo yo de que películas como 50/50 tengan fecha de estreno en Tailandia, Bulgaria o Sudáfrica y en España no la vayamos ni a oler. Ninguna, señora, y por eso generalmente defiendo la existencia y el trabajo de algunos fansubs con ciertas limitaciones, claro está. Normalmente veo las películas dobladas en el cine, en DVD o directamente en inglés, así que no estoy acostumbrada a verlas subtituladas. Salvo en casos excepcionales, no tengo prisa y prefiero esperar a que se estrenen, así que me sorprendió mucho ver que en los subtítulos de las películas hechos por fans, no sé si por su duración o por falta de interés, el tema era realmente sangrante. Creo que en ese momento empecé a plantearme seriamente algunas cosas.

Con las series me pasa todo lo contrario e incluso cuando los subtítulos los hacen fans estoy acostumbrada a una cierta calidad. La mayoría de las series que sigo no se emiten en televisión y las que lo hacen cambian de horario cada semana porque los señores que dirigen las cadenas hacen lo que les sale de la punta de los pies, y una se cansa. Hasta hace no mucho, los fansubs que subtitulaban las mismas series cada semana solían fallar mucho en aspectos técnicos (sincronización, límite de caracteres, segundos en pantalla, etc.) y también, claro está, en la naturalidad de algunas traducciones, pero se lo curraban de verdad para que en general la calidad fuera buena, y gracias a ellos mi madre podía seguir las series sin demasiados problemas y entenderlo todo. De hecho, en clase estamos comparando muchos subtítulos oficiales con las versiones de los fansubs y en originalidad, creatividad y soluciones cómicas muchas veces ganan los segundos, quizás por esa devoción hacia la serie, porque hay un fandom detrás que se conoce cada referencia y tiene las claves para solucionar el chiste en vez de aplastarlo y reducirlo a la nada como una apisonadora. O al menos antes era así. Ah, los buenos tiempos.

Y ahora me pregunto, ¿qué está pasando últimamente? Porque, a diferencia de hace unos años, mi madre me llama y me dice que algunos subtítulos pasan tan rápido que no puede leerlos, que algunas frases están tan mal traducidas que se pierde muchos detalles, que antes, aunque veía sus cosas raras, podía seguir bien las series. Esta loca necesidad de verlo todo 8 horas después de que se emita en Estados Unidos se está cargando el trabajo de muchos fansubs que hacen cosas de calidad tardando un poco más, porque su objetivo es que puedas ver la serie y que se haga conocida, no que todo el mundo hable de ellos por ser los más rápidos del oeste. Como siempre hay un desgarramantas que quiere ser el primero a toda costa, hemos llegado a un punto en el que no solo falta ese sello de calidad que solo un traductor profesional puede proporcionar, sino que se ha abandonado por completo el objetivo de la subtitulación por y para fans: entender y disfrutar lo que estás viendo.

Llevo un tiempo pensando en todo esto, sobre todo desde que me encuentro con subtítulos de tres líneas por ahí, cosa que da bastante miedo. El caso es que anteayer estaba tranquilamente viendo el capítulo 2×10 de The Walking Dead cuando pasó por delante de mis ojos una cosa con la que no solo yo, por traductora, saltaría del asiento. ¡Un subtítulo asesino! Para los que no lo sepáis, The Walking Dead es una serie basada en unos maravillosos cómics que empecé a leer gracias al buen ojo de mi cuñado allá por 2006 y que son de lo mejorcito que ha caído en mis manos. Una de las cosas que más me gustan del cómic y que eché de menos en la primera temporada es que, igual que en el cine clásico de zombis, no le da ninguna importancia a la cura o al origen del desastre. El dónde, cómo, cuándo o por qué no tienen ningún interés dentro de la historia, que se centra en ponernos en la piel de los protagonistas y hacernos participes de sus dilemas: ¿vale todo por sobrevivir? Te vas cruzando con personajes que piensan que sí, otros que no, otros que depende, porque algunas reglas han cambiado. En definitiva, los zombis son el factor desencadenante pero, como decía aquel sabio, la idea del cómic en realidad es que el hombre es un lobo para el hombre. Esta segunda temporada se está dedicando más a explorar ese aspecto, y la postura que toma cada personaje ante este dilema es muy importante. En cierto modo les define. Este tipo de sutilezas son las que se les escapan a muchos, profesionales y aficionados, porque el interés no está centrado en el producto audiovisual, sino en sacarlo antes que otro o en quitarme este encargo de encima, me da igual. Por eso vamos a jugar a un juego. Yo os enseño esta captura de pantalla y vosotros os imagináis un contexto:

Me jugaría el único bazo que tengo a que lo que habéis pensado no tiene nada que ver con lo que sucede en el capítulo, pero no es vuestra culpa, chicos, es cosa del subtítulo asesino. En realidad Rick, a quien veis en la captura, no le está pidiendo nada a Shane, ni mucho menos lo que pone ahí arriba. No es un gran spoiler y voy a intentar dar el menor número de detalles posibles, pero si no habéis visto el capítulo anterior (el número 9) y tenéis interés en hacerlo, quizás no queráis seguir leyendo por ahora. Os pongo en situación: Rick y Shane tienen que decidir qué hacer con un chaval que ha descubierto cierta información. No puede quedarse con ellos, pero tampoco quieren arriesgarse a dejarle marchar como si nada sabiendo lo que sabe, ya que afecta directamente a la supervivencia del grupo. Como de costumbre, no se ponen de acuerdo con la solución. El personaje de Shane está dispuesto a todo para salvarse el culo sea como sea, sin pensarlo dos veces, mientras que Rick siempre se enfrenta a una serie de dilemas morales. Matar, incluso a otras personas, se ha vuelto demasiado fácil, y no está dispuesto a cruzar la línea siempre que se pueda encontrar otra solución. Ambas posturas ante una misma situación son parte de la caracterización de los personajes, ¡y ese subtítulo se lo carga todo! Además de poner una bala en la sien de alguien antes de tiempo, un «pequeño» error de traducción hace que de repente no entendamos nada. Esto sucede al principio del capítulo así que, después de dejar clara su opinión en el episodio anterior, este cambio repentino de actitud por parte de Rick nos parece totalmente inverosímil. Si uno sabe inglés, se da cuenta de la cagada estrepitosa al instante. Este es el diálogo original:

Rick: I’m looking for a place.

Shane: A place for what?

Rick: Give him a fair shake. A shot.

Vamos a ver, amigos, ¡con dos palabras os acabáis de cargar a alguien alegremente! Ya no hablamos de que la calidad lingüística sea mejor o peor, es que una frase así de simple está poniendo patas arriba muchas cosas importantes para seguir y entender el capítulo. Un fansub que se preocupara de verdad por lo que está traduciendo conocería de sobra la opinión de Rick y, aunque los miembros no tuvieran un nivelón de inglés impresionante, seguro que les llamaría la atención que dijera algo así. De haberse tratado de Shane, la frase podría tener sentido: desde su punto de vista matarle sería darle un trato justo, ya que un chaval solo en esas circunstancias no tiene muchas oportunidades de sobrevivir y además así sería una preocupación menos para ellos. Si uno busca un poquito por internet y se informa, seguro que encuentra la solución rápido, pero eso al que quiere cruzar la meta el primero le importa un carajo. Creo que este es uno de esos errores básicos que ningún traductor profesional que se precie cometería, porque se trata simplemente de situar las frases dentro de un contexto en vez de traducirlas literalmente. Parece increíble, pero esa omisión del to antes de give hace que quien quiera que haya subtitulado esto se pierda completamente y haga que parezca que Rick le pide o le ordena a Shane que le dé al chaval un trato justo, cuando lo que pretende es hacerlo él mismo. Y no pegándole un tiro, sino giving him a shot, es decir, dándole una oportunidad de sobrevivir. Estoy segura de que el traductor tuvo que buscar la expresión «give a fair shake», por lo que, si desconocía el significado de «give a shot», habría hecho lo mismo. El problema es que no entendió la frase: parece que el autor del delito no identificó la omisión de la estructura de la frase anterior aplicada a la segunda y la tradujo como si fuera una unidad de significado aislada. Y con eso, solo con eso, nuestro querido Rick pasa de madre de la caridad a asesino sin escrúpulos.

Creo que este es uno de esos casos maravillosos y a la vez terroríficos en los que un pequeño detalle demuestra que el oficio de un traductor no es copiar palabras sino interpretar su significado. Si algún día un familiar, un amigo o un conocido da por sentado que esto de traducir no tiene tanto mérito como decís y os comenta que nos quejamos por deporte, por favor, enseñadle esto. Le va a sentar como un tiro ;D

Versatile Blogger Award o «por favor, cuéntame más»

Al final he caído, solo he tardado tres millones de años. Pensaba que mi blog ya hablaba suficiente de mí (¡maldita ególatra!), pero se ve que no. Por presión popular, aquí estoy. Tendréis que disculpar si olvido a alguien que me nominara hace no sé cuántos eones, pero creo que estáis casi todos. Muchísimas graciasLocalización y testeo con Curri de Curri Barceló, El arte de traducir de Eva María Martínez, Letras de sastre de Rai Rizo, El placer de traducir de Cristina Aroutiounova, The world in my hands de Verónica García, En la punta de la lengua de Pedro Márquez, Diario de un futuro traductor de Ismael Pardo, Tradúceme despacio que tengo prisa de Vanessa Lorite y La Torre del Traductor Trastocat de Vicent Torres. Son bonicos a más no poder y si no tenéis sus blogs en vuestro lector de RSS ya estáis tardando en añadirles, aunque son tan Twitter-famous que lo dudo. Estas son las instrucciones que me he permitido el lujo de corregir porque estaban redactadas de una forma muy raruna:

1. Dale las gracias a quienes te hayan premiado y añade un enlace a su perfil o blog en tu entrada.
2. Comparte siete cosas sobre ti.
3. Pásale el premio a otros 15 blogs que hayas descubierto recientemente y/o que disfrutes leyendo.
4. Ponte en contacto con los blogueros premiados para que sepan que lo están.

Siete cosas que puede que no sepas sobre mí:

1) Creo que la mitad de lo que soy hoy se lo debo a mi familia y la otra mitad a los videojuegos. ¡Qué cosas dices! Pues oye, es la verdad. Con tres años estaba enganchada a un juego educativo para la Atari que creo que acabó echando humo, porque jugaba cada día. Luego llegó la Super Nintendo y con ella me hice amiga inseparable de Mario Kart, Super Mario World y Donkey Kong, entre otros. También me fascinaba ver cómo mis hermanos se pasaban sus aventuras gráficas, con eso ya me bastaba. Un poco después me volvió a dar por los juegos educativos, como Mi increíble cuerpo humano (¿soy la única niña que ha jugado a uno por gusto?) y me pasaba todo el puñetero día enredando con el Fine Artist y el Creative Writer. Creo que ahí vi claramente que tenía que dedicarme a hacer algo creativo. Luego ya vinieron los juegos de muerte y destrucción, pero esto no me viene bien para el currículum y no pienso explicaros la cantidad de pistoleros, pueblos de la antigüedad, soldados, peatones, sims y zombis a los que he asesinado sin piedad.

2) Aunque ahora no rompo un plato, en mi época de preescolar era un mal bicho. Inundé la cocina de mi guardería metiendo ramitas y plastilina en el desagüe con otro pequeño enano supervillano. También me gustaba hacerles dibujos «simpáticos» a mis padres. Cuando me enfadaba, subía a mi cuarto y les hacía una especie de tarjetas pequeñitas con una bomba dibujada en la parte de fuera y un «¡Boom!» dentro y se las tiraba por el hueco de la escalera. Una vez puse por detrás una frase mítica que les encanta recordarme: «ya no me ceréis» (born to be a translator). Lo malo es que en vez de hacerles temblar de miedo se morían de risa y eso hacía que me enfadara más todavía porque no me tomaban en serio.

3) De pequeña tenía una obsesión extraña con las cintas que enviaban el club Sega y el club Nintendo con los avances y novedades en videojuegos. Creo que hoy se utilizan en las salas de tortura de algunos países poco civilizados por su estridencia y falta absoluta de lógica. Las veía una y otra vez y no me cansaba, cada día a la hora de comer. Quizás albergaba la esperanza de que viéndolas mucho los señores Sega-Nintendo me acabarían mandando los juegos gratis. Nunca pasó. Mi madre se estaba volviendo un poco loca, así que a veces las intercalaba con otra cinta que quemé totalmente: la película de Super Ratón. Muy vintage, lo sé.

4) Soy sonámbula desde mi más tierna infancia. Ahora que soy más mayor me da por estamparme contra puertas cerradas, abrir armarios, hablar y pegar a Albert en sueños (pobre, lo que aguanta), pero durante mucho tiempo fue un problema para mis padres. Una vez, en Asturias, en casa de mi abuela, me levanté a hacer un bizcocho de fresa, ¡y saqué los ingredientes necesarios! Me encantaría ser asquerosamente rica para invertir en que se investigue este tema, es fascinante.

5) Los hospitales son mi segunda casa y los médicos mi otra familia. Gran parte de mis recuerdos más vívidos los asocio a los pasillos del Gregorio Marañón o la sala de espera de alguna consulta. Tenía un pánico tremendo a las agujas (y he visto MUCHAS), así que extorsionaba a mi madre diciéndole que solo dejaría que me sacaran sangre o me pusieran una inyección si me compraba una muñeca. Como con las cintas, nunca pasó. He hecho de todo: estudios de crecimiento, pruebas de alergia anuales (gracias, lentejas, hijas de fruta), tratamientos y más tratamientos para el asma… Mañana mismo tengo cita con el médico. Soy más frágil que un jarrón Ming.

6) No sé montar en bici, pero no entiendo que haya  gente que le tenga miedo a nadar. ¡Ironías! Siempre he sido bastante llorica y no aguanto muy bien el dolor físico derivado de actividades no necesarias para el ser humano. En otras palabras, nunca me pongo en riesgo por diversión pura y dura porque bastante visito ya a los médicos. De pequeña racionalicé la situación: «no tengo equilibrio y hablamos de aprender a usar algo que lo requiere porque sino te estampas contra un árbol». Mis amigos, además, me contaban escalofriantes historias de piños con sus bicis y no ayudaban. Como hay coches, trenes, aviones, autobuses y a unas malas patines, decidí que no merecía la pena, que mejor jugarse el tipo en los columpios. Y hasta hoy. Algo me arrepiento, la verdad: cuando llegue el Apocalipsis Zombie más me vale correr.

7) No pasa un día de mi vida en el que no escuche música y vea una película o una serie. Ni uno. Me encanta ir al cine con Albert y pasar entre una y tres horas con la gallina de piel. Es algo que espero poder seguir haciendo durante muchos años, a menos que los precios acaben siendo incluso más escandalosos que ahora. Mi canción favorita del mundo mundial es esta, aunque las cuatro que no me saco de la cabeza últimamente son esta,  estaesta, y esta. Hay directores como Ethan y Joel Coen, Christopher Nolan, David Fincher, Danny Boyle, Woody Allen, Quentin Tarantino, David LynchClint EastwoodFrancis Ford Coppola y otros tantos que me dejo cuyas películas me enamoran sí o sí. No sabría elegir mis tres series favoritas, pero entre esta, esta y esta anda el juego.

Y ahora le paso este honor a aquellos que no han desvelado sus más terribles secretos porque llevan poco tiempo en la blogosfera o porque no les ha apetecido. ¡Presión de grupo! Algunos tienen tantas nominaciones pendientes que si las transformáramos en dinero ya se habrían retirado de la profesión. Ahí van:

No disparen al traductor de Ana Fuentes
Algo más que traducir de El chico de la camiseta del elefante
La paradoja de Chomsky de El chico de la corbata
Analizando la traducción de Ana Ramírez (¡vuelve!)
[Se lo que] Traducistes de Álvaro García Barbón
Translator wannabe de Andrea de Luna
Perdido en San Borondón de José Luis Castillo
Traducirco de Merche G.
El blues del traductor de Mari Illescas
Traductor en ciernes de Javier Sánchez Camacho
El rincón de Squallido de David Tejera
Traxmun de Pedro M.

Stuck in the middle with you

Sí, lo habéis adivinado, esta entrada no va sobre aplicaciones para iPad. Lo siento, la próxima vez será, lo juro por mis pijamas de traductora autónoma, que aparecen retratados en ese ridículo banner nuevo que veis arriba. Tocaba un cambio radical en pos de la legibilidad del blog. Como quien no quiere la cosa ya llegamos al final del primer mes de este 2012 que viene prometiendo tantas experiencias buenas a muchos compañeros traductores que ya se estaban mereciendo éxito a raudales en tierras germanas. Mientras ellos sirven como conejillos de indias, mi querida amiga Iris y yo acechamos en la sombra esperando a que la vida sea un poco menos complicada. Todo a su tiempo. ¿O no?

Sobra decir que el año pasado fue posiblemente uno de los mejores de mi vida por numerosos motivos que no merece la pena explicar, salvo el hecho de tener a Buenafuente entre mis fologüers en diversas redes sociales porque, amigos, eso mola y hay que fardar intensamente. Punset, te estás quedando atrás, just sayin’. Como ya se ha pasado ese momento de epifanías de Año Nuevo en el que todos prometemos ser más productivos, comer mejor y llegar más puntuales a las citas para luego no cumplirlo, vamos a centrarnos un poco en el futuro, esa bruma que uno no sabe muy bien cómo interpretar.

Si sois lectores de pata negra, reconoceréis una bella referencia en el título de la entrada, que pasaré a ilustrar bajo estas líneas porque me ha dado la vena artística esta semana, y con un ratillo y unos pinceles cutres de Photoshop una se distrae fácilmente en lugar de atender a sus múltiples obligaciones. El caso es que últimamente me siento un poco así, como el señor Rubio. Impaciente y con ganas de cortarle una oreja al señor de la silla, que no es otro que mi amigo El Máster. No me malinterpretéis, el MTAV es estupendo y estoy aprendiendo muchísimo, pero en los últimos tiempos no puedo evitar sentir que

Sé que la paciencia es una gran virtud y que esperar no mata a nadie, que está muy bien tener ganas de hacer cosas, pero despacito y buena letra. Soy consciente. Sin embargo, siempre me pregunto por qué terminé haciendo un máster y ayer, intentando dejar un comentario en esta entrada, no supe muy bien cómo responder a esa pregunta. Al principio todo encajaba a la perfección: no tenía demasiada experiencia profesional ni grandes expectativas de conseguir nada espectacular demasiado pronto, tenía por delante un año en Terrassa hasta que mi novio acabara sus estudios, el precio era bastante asequible comparado con otros por el estilo y, qué narices, llevaba enamorada del MTAV desde que decidí venirme a estudiar a la UAB. Vamos, que me lancé a la aventura casi por eso, tenía clarísimo en qué quería especializarme y dónde desde hacía muchos años. Dos semanas antes de formalizar la solicitud llegó Tumblr y rompió todos mis esquemas vitales, cosa que sigue ocurriendo a diario, por cierto. En aquel momento me pareció algo increíble a título personal, pero no pensé en las repercusiones que eso podía llegar a tener en mi vida profesional ni la magnitud del asunto, eso es algo que solo he podido ir comprobando con el tiempo. Supongo que a muchos os habrá pasado algo similar. Pensé que me daría poco trabajo a largo plazo y que sería algo perfecto para compatibilizar con las clases, cosa que no es poco cierta, aunque al final ese poco se ha convertido en bastante, pero sigue siendo asequible. El caso es que desde entonces he ido viendo pasar por delante de mis narices decenas de oportunidades en otros países, recomendaciones de amigos y sueños que, aunque sé que estarán ahí dentro de unos meses, tengo muchas ganas de perseguir porque hay quien se ha encargado de dejarme claro que están a mi alcance (¡malditos seáis!). Y eso, claro, te pone ante un difícil dilema, te hace preguntarte «¿estoy donde debería?».

En términos generales no soy una gran defensora de los másteres, porque creo que en parte te preparan para cosas pagando un dineral que deberían formar parte de la carrera y que no tienen que ver solo con tu campo profesional, sino con el salto al mundo laboral. Además, cuando empiezas a trabajar te das cuenta de que lo que se aprende en ese contexto laboral concreto es difícil de suplir a la misma velocidad y con la misma precisión mediante unas clases. Nada, NADA enseña más que experimentar ciertas situaciones y problemas en primera persona, pero claro, eso da miedo, respeto y es difícil de conseguir cuando acabas de licenciarte. Pero no le echemos solo la culpa a la universidad. De alguna forma estás pagando por una experiencia que las propias empresas deberían ofrecerte sin sentir que «están perdiendo el tiempo». Nadie les pide que te formen, solo que aguanten tus primeras semanas ubicándote sin tener que pagarte necesariamente cuatro duros para que te compres un bocata. El abono transporte corre a tu cuenta, eso sí. Lo llaman prácticas, aunque para ellas tengo un par o tres de palabras especiales. Otro día.

Tampoco os creáis que soy una gran detractora, porque tristemente el mundo real funciona de otra forma, y más con la que tenemos encima. El miedo lo domina todo: las empresas tienen miedo de contratar a un chaval recién salido por si resulta que tiene solo un papel firmado por el rey, pero no habilidades reales, y los estudiantes tienen miedo de echarle huevos y ser ellos mismos, porque está la cosa muy difícil como para demostrar algún tipo de dignidad, originalidad, personalidad o cualquier otra cosa positiva que termine en -dad. En ese sentido un máster es muy útil si de verdad sabes que la especialidad que estás escogiendo es la que te apasiona: te proporciona un papelajo que te da más prestigio que el papelajo anterior (¡es así, señora, yo qué quiere que le diga, échele la culpa a su dios favorito!), te enseñan auténticos profesionales, vas conociendo a gente del mismo campo, disfrutas haciendo los ejercicios y, sobre todo, compruebas por ti mismo si de verdad vales para determinados encargos antes de lanzarte a aceptarlos en el Mundo Real™. Eso es lo que más agradezco de estar combinando un trabajo como el mío con el MTAV: gracias a ambos estoy descubriendo dónde están mis puntos fuertes y dónde flaqueo algo más, o con qué disfruto un poco menos. Quizás por eso hay días en los que pienso que sí, que merece la pena descubrirme un poco mejor antes de lanzarme a hacer nada increíblemente espectacular. Así que aquí estoy, atrapada contigo, pero no lo estamos pasando nada mal. Como en la película.

Diría que el motivo por el que no supe qué contestar es que no creo que algo así se pueda aconsejar o desaconsejar en términos generales, ya que depende de un montón de factores personales, de las oportunidades que puedas haber tenido hasta el momento y, sobre todo, del Máster que sea. El mío es mu bonico, pero puedes vivir sin él también, no te creas. Como siempre aconsejo: haz lo que te diga la patata, que ella es muy sabia. Y luego seguro que hay días que en los que te arrepentirás, y otros en los que no, porque los seres humanos somos así de tontos y de inconformistas.

De momento solo sé que el sueño de ver en la red el que será el mejor webcómic de la década, Señores de casa, ilustrado, programado y protagonizado por Albert y Aitor, tendrá que esperar. Eso sí, cuando llegue, temblad.

De recuerdos, honestidad y pretensiones

¡Una entrada de blog salvaje ha aparecido! ¡LECTOR usó HACER CAFÉ POR SI ES ABURRIDA! ¡Es super efectivo!

– Pokemon Edición Azul WordPress

Más allá de la hilarante elección de términos que realizó el primer ser humano que se enfrentó a la traducción de esta joya de la creación videojueguil y del abuso de las exclamaciones para crear niños fácilmente impresionables, esta bonita estructura contiene un potente no sé qué y qué sé yo que resulta casi inspirador. Como esas entradas de blog que te hacen creer que van de algo interesante, pero que en realidad estás leyendo porque es domingo y en la televisión solo echan películas sobre dramas profundos del medio oeste estadounidense, de esas que todo estudiante del MTAV traducirá en algún momento de su vida.

Siempre hay un punto en el que una se pregunta por qué está haciendo esto y no otra cosa, por qué recuerdos y no versatileblogawardsaplicacionesdeipad o cronicasdeconferencias, por qué eso que he dicho tiene gracia para los demás y para mí no, por qué aquello que me parece una obra de arte a ti te hace salir corriendo a nada que lo mencione, por qué ese idioma que a ti te flipa tanto como tener crédito ilimitado en una máquina de pachinko a mí me da ganas de llorar. Son esas cosas que nos hacen diferentes, que nos llevan a ponernos en el papel de padre, madre o tutor aunque el de enfrente no nos lo haya pedido, que escuchemos atentamente los sabios consejos de otros para luego, a veces, hacer lo que nos parece y cagarla estrepitosamente. O no. Los seres humanos somos muy complicados. A veces aceptamos la ayuda de gente a la que no deberíamos ni escuchar dos minutos, a veces no hacemos caso a quienes buscan lo mejor para nosotros y a veces ambas partes se equivocan y tú también y las cosas salen como quieren. La vida es así, solo se puede jugar en modo experto, con el cambio de marchas manual, sin el ratón invertido o en el equipo del campo de batalla que tiene el doble de hordas que de alianzas, abocado a perder miserablemente todas las bases a no ser que surja algún tipo de esfuerzo heroico que te demuestre eso que yo misma pienso: que ninguna batalla se pierde o se gana sin haberla luchado antes.

Una de las muchas cosas que aprendí o más bien me hicieron recordar a golpe de sonrojos y diapositivas mis compañeros traductores en la charla sobre blogs de APTIC, que tan bien han narrado Aida González y Martine Fernández, es que hay que escribir desde la patata (y aclaro, mentes sucias, que la patata es el corazón). ¡Qué digo escribir! Vivir en general. Desde su casa, una nunca sabe lo cierto de esa afirmación hasta que ve el efecto real que eso tiene en otras personas. Yo lo pude comprobar hace dos fines de semana y os aseguro que merece la pena de verdad. Bastante más que eso que llaman hacerse rico. He ahí la honestidad, que tan poca gente porta como estandarte en un mundo siempre salvaje, de cabezas pisadas, de codazos en medio de la carrera y de lucro sin sentido por transferencia bancaria, pero que al parecer abunda entre los traductores. Visca i bravo!

Si eres honesto, los mimos se te acercarán.

¿ Y qué tiene que ver todo esto con los recuerdos y las pretensiones, con esos consejos a los que uno le hace o demasiado o ningún caso? Os lo podría explicar en 45 páginas de Word y me quedaría corta, así que voy a ejercitar mi casi nula capacidad de síntesis. Todo esto viene a que hoy, señoras y señores, miles de personas se han examinado en todo el mundo del JLPT, también conocido como Nôken, también conocido como Japanese Language Proficiency Test y, os juro que ya paro, también conocido como Nihongo nôryoku shiken. Hace mucho tiempo en una galaxia muy lejana, una inocente madrileña aprobó el nivel más cutre de ese examen. Luego se frustró y se pasó al lado oscuro de la gente que solo quiere trabajar con su lengua B. No parece que dé para dos trilogías, ¿eh? Inocentes… Por si esa historia no os la sabéis, durante cinco años estudié japonés. En otras palabras, durante cinco años gasté muchos kleenex, ibuprofenos y volví loca a mucha gente. Mi propio estado de ánimo hacía sufrir a otras personas. Bonito, ¿eh?  Al estilo Pesadilla en Elm Street, puede ser.

Mi historia con el japonés es ardua, larga, penosa y a nadie le interesa. Cometí muchos errores, no supe gestionar mis problemas ni de cara a mí ni de cara a mis profesores, dejé que me afectaran las manos acusadoras, creí a otros que decían que yo no podía ser mejor ni ahora ni nunca, me dejé llevar por la desidia y convertí ese sueño, como el de ser astrónoma, en un pequeño agujero negro que me iba tragando poco a poco. Lo único que hice bien en todo ese tiempo fue ser honesta conmigo misma. Soy una persona no vaga ni inconstante, sino caprichosa y de difícil asiento. Eso solo cambia bajo una circunstancia: la motivación. Os aseguro que hay millones de cosas que me motivan en este mundo pero, tras un tiempo, supe que el japonés no era una de ellas. Eso no quiere decir que no lo encuentre interesante, útil o incluso apasionante, simplemente no tiene ese toque que me saca de mi inercia como ser humano corriente y moliente. Seguro que muchos de vosotros os podéis sentir identificados con esto y, de lo contrario, disculpadme que os diga que o bien que estáis muertos por dentro, o bien sois admirables o bien mentís.

Aun así, durante un tiempo no quise rendirme y me metí en un jardín de árboles de hoja caduca entre los que casi me ahogo. La suerte y la bondad de una de mis profesoras me sacó de allí y di por finalizado el recorrido, aunque nunca jamás me cerraré en banda a la idea de volver a sentarme delante de un libro y aprender kanjis porque sí. Puede ser hasta divertido. Creo que todo esto es fácil de entender: se trata de algo que me gusta, me parece enriquecedor, pero no me apasiona e, ingenua de mí, tiendo a hacer las cosas que cumplen este último requisito a menos que la necesidad apremie. Entonces, ¿por qué algo que Pablo y Olli explicaron tan bien aplicado a los blogs resulta tan fácil de entender para otras personas pero aplicado a esto parece inconcebible? No lo sé. Para escribir un buen loquesea hay que ser honesto y, si lo eres, posiblemente tengas éxito. O no, pero eso da igual porque tu objetivo es contar cosas, no sacar algo de hacerlo. Si escribes un loquesea con la pretensión de tener éxito, entonces no estarás siendo honesto y no lo tendrás, porque a ese tipo de gente se la huele desde lejos.

Con el trabajo pasa lo mismo, pero cuando los símbolos de dólar se iluminan en los ojos de la gente parece que se nuble su buen juicio. En estos tiempos tan inciertos y desconcertantes parece que vale más la seguridad de un buen cheque a cambio de sentirse un pelín miserable que la incertidumbre del mañana con una sonrisa en la cara. Yo le digo que no a toda esa gente que me ha dicho antes o después, con mejores o peores intenciones, con más o menos razón, que «es una pena que dejes el japonés», «después de tanto tiempo», «con el esfuerzo que te ha costado», «si ganarías el doble», «sabiendo que hay más oportunidades». Algunos pensarán que es comodidad, otros que es ineptitud y otros que falta de ambición. No es una cuestión de esfuerzo, incapacidad para el sacrificio o tenacidad. No es una cuestión de vaguería o de dejadez, ni de miedo. Yo solo sé que el día que cerré por última vez mi libro de japonés adelgacé 5 kilos, rejuvenecí 10 años y empecé a levantarme cada día con ganas de hacer algo útil y emocionante con mi vida. Díganme si eso vale más que un «con lo cerca que has estado de forrarte».

Conozco a gente que hoy, un domingo cualquiera, ha madrugado para ir al JLPT. Gente a la que le sobra ese corazón y esa honestidad que a mí me falta para traducir, entender, escribir y hablar japonés o construir un satélite que viaje al espacio cada día de su vida. Y creo que el mundo es más bonito si esa gente ocupa un sitio que yo solo desperdiciaría sufriendo a cambio de un puñado de euros. Las cosas buenas se hacen, siempre, desde la patata. O, como dice Miguel Olivares, siendo jodidamente uno mismo.

Trabajar desde un iPad: entresijos

Amigos, amigas, es oficial: la gente me mira raruno en el tren cuando saco este aparato de tecnología sin precedentes. Sí, irónicamente, hasta los señores que teclean rabiosos en su Blackberry o consultan el correo en su iPhone abren los ojos como platos como si la señorita de Neutrex Futura se acabara de sentar a su lado con un invento revolucionario venido de otros tiempos más avanzados. No sé cuándo empezaré a acostumbrarme a esa sensación tan rara de tener entre las manos algo que yo considero un instrumento de trabajo más mientras los demás me miran como si poseyera tres yates y un transbordador espacial por el simple hecho de haber decidido invertir mi dinero en un aparato tecnológico en vez de en copas el finde. Lo digo sin ningún tipo de orgullo elitista de ese que les sobra a muchos modernos ilustrados torturados por los gustos generales de la sociedad y sin la más mínima intención de despreciar las muy honorables aficiones de fin de semana de cada uno. A mí me encanta la tecnología, jugar al Scrabble con mi novio los domingos y cepillarme seis temporadas de una serie en menos de un mes, qué queréis que os diga, el mundo me ha hecho así. Y casi mejor, porque no hay bares ni banda ancha para todos. Vamos a repartirnos, a dejar que cada uno haga su cosa y, sobre todo, a trabajar, que es de lo que va esta entrada (bueno, no te creas…).

Venimos del futuro a acabar con vuestro planeta.

Antes he dicho que decidí invertir mi dinero en un iPad, pero en este caso, es un decir. De momento, soy un ser sin porvenir y este tipo de cosicas se las debo a otras personas. Ya me había planteado más de una vez que, con mi latente adicción a las redes sociales (no me denunciéis al Plan Nacional sobre Drogas, que tampoco me ha ido tan mal hasta ahora), igual no era una buena idea tener un smartphonePor otro lado estaba la problemática de vivir a cinco minutos en coche de mi universidad pero, como socia de «Personas sin habilidades motrices adecuadas para conducir» , tener que pasar una hora y media de trayecto en transporte público. Eso son tres horas por cada día de clase. Es mucho, mucho tiempo, cosa que nunca sobra cuando estás compaginando estudios, trabajo y amar tu casa. En cualquier caso, en aquel momento no tenía trabajo y era un lujo que ni quería ni podía permitirme porque realmente no me hacía falta. Tengo el móvil para que haga peso en el bolso por si tengo que golpear a algún atracador y poco más, ¿para qué carajo quería un iPhone? ¿Para jugar al Angry Birds en el tren? Pues no, mira. Si el mayor drama era perderse tantas cosas interesantes que rondan por Twitter, tocaba apechugar y ver cómo, al parecer, un niño de 10 años sí que necesita algo que tú crees que no te hace tanta falta y llorar un poco en silencio por este mundo enfermo.

Lo malo y lo bueno es que entonces llegó Tumblr: un puesto digno, os juro que todavía existen. Ante esta situación y por las características de mi trabajo, algo que pienso explicaros algún día más bien cercano, me vi ante la casi necesidad de tener un aparato mediante el cual estar siempre disponible por correo electrónico como poco y por Skype como mucho. Así, de la noche a la mañana. Durante el verano podía tirar robándole el iPhone a mi consorte, pero ¿qué pasaría cuando empezara el curso? ¿Y si intentaba buscar más trabajo y esas horas fuera de casa eran claves para conseguirlo? ¿Y si el Máster daba mucha faena? Volví a sopesar el tema del iPhone, pero estaba la incertidumbre de cómo sería mi situación después de septiembre y si era una inversión realmente útil. Mis padres, que son especialistas en saber lo que necesitas antes de que tú mismo tengas ni idea, se adelantaron y me dieron un sorpresón de fin de carrera. En casa nunca hemos vivido con grandes lujos, los veranos los pasábamos en la bella Rivas y la mayoría del tiempo libre que tenían, nuestros padres lo dedicaban a estar con nosotros. Jamás podré agradecerles lo suficiente no solo ese tipo de dedicación, sino lo bien que han sabido ser generosos con nosotros sin convertirnos en niños repeinaos. En cierto modo, creo que eso se debe a que las cosas que hemos tenido han acabado por ser una inversión en nuestra educación, como en este mismo caso.

Con el iPad me encontraba con esa sensación entre la alegría desbordante y la culpa dubitativa. ¿Lo necesitaba de verdad? Ya os contesto yo: «necesitar» es un verbo que le reservo a muy pocas cosas en esta vida, pero si la pregunta verdadera es «¿ha hecho mi vida más fácil y productiva?»  la respuesta es sí treinta veces, da igual la hora del día a la que me lo preguntéis. Con esta entrada no quiero animar a todo el mundo a comprarse un iPad porque sí, sino a pensarse trescientas veces en qué gasta uno el dinero y qué busca en lo que se está comprando. No te fíes de tu sobrino que sabe un montón de informática (concretamente sabe cómo instalarte el Windows XP, ni siquiera el 7) o de tu compañero de trabajo, que tiene un gusto exquisito comprando jarrones Ming, simplemente piensa que cuando gastas dinero, inviertes en algo y es para ti. No importa lo que piensen los demás, establece unas necesidades, apunta los pros y los contras y gástate lo que a ti te parezca conveniente (aunque si te vas a por algo engarzado en diamantes, igual empiezas a caerme bastante mal). En este caso, solo puedo hablar por mí y decir que, en función del brutal uso que le doy casi a diario, estoy muy satisfecha y creo que merece realmente la pena como sustituto de un portátil si tienes un entorno de trabajo sencillito como el mío. No entraré a discutir la diferencia con otros tablets, porque estoy segura de que también son una estupenda inversión, aunque comparando yo les vea más pegas que ventajas y encima al mismo precio. Como os digo, hay que elegir a la medida de uno, y punto.

Karate a muerte entre manzanitos.

El iPhone quedó totalmente descartado porque su única ventaja frente al iPad, además del precio, era que servía para tener todo en el mismo aparato y olvidarse del móvil. Como quedamos en que el móvil solo me sirve como arma de defensa personal o para medir mi paciencia contra televendedores pesados, no me lo volví a pensar mucho. Un smartphone es muy útil para responder a necesidades básicas del trabajo como contestar correos o atender a las redes sociales profesionales, pero si hablamos de dedicarle unos cuantos minutos a editar o revisar textos, la cosa se fastidia. La mayor parte de mi trabajo actualmente consiste en redactar entradas para el blog del equipo de Tumblr en español, traducir otras del blog oficial en inglés y editar, revisar y traducir los documentos de ayuda. Todas estas cosas se pueden hacer desde el mismo navegador, aunque en el caso de los documentos, cuando trabajo desde casa, copio el texto en Word y voy alimentando una memoria de traducción que me ahorra mucho trabajo. Ya os explicaré en la próxima entrada cómo soluciono este pequeño problema cuando trabajo fuera. Sin embargo, todo lo que atañe al blog se puede hacer perfectamente desde el iPad, ya que la mayoría es contenido original que tengo que generar yo misma. Hay dos modalidades de entrada: blogs destacados y entrevistas. Esto último suele llevarme bastante más trabajo, ya que conseguir que la gente te devuelva los correos a tiempo (o que te los conteste a secas) es algo complicado y requiere ser un poco pesado y estar pendiente del correo y de las redes sociales. En cuanto a las traducciones de entradas en inglés, suelen correr bastante prisa, así que muchas veces el encargo me pilla on-the-go y aprovecho esos ratos muertos de tren para quitármelos de encima y tener al cliente muerto de felicidad. Todo esto no podría hacerlo cómodamente en la pantallita de un móvil. Os preguntaréis por qué me lío con un iPad pudiendo utilizar un portátil o un netbook, que me restringen menos a la hora de hacer ciertas cosas algo más complejas. Yo os lo explico…

¿Qué ventajas tiene sobre un portátil?

Comodidad y rapidez, principalmente. La primera vez que coges el cacharro y te lo guardas en un bolso enano para sacarlo de casa es maravillosa, pero aún mejor es echárselo al hombro y disfrutar de un peso casi inexistente y ningún bulto evidente hacia el exterior. Si tienes unos cascos con mando a distancia ya es la panacea: enchufas el iPod y a tirar millas. Luego llega el momento de utilizar las posaderas y aquí viene lo mejor. En los primeros años de universidad tenía unas tres horas de tren cada semana para ir hasta Manlleu, así que trabajaba muchísimo en el portátil. Os puedo asegurar que era una pesadilla, y más si lo acompañaba la conducción peligrosa de los señores de la Renfe o uno de esos pasajeros que creen que tu asiento también les pertenece. Un tren de media distancia no es el entorno de trabajo ideal uses lo que uses, todo hay que decirlo, así que uno teclea bastante incómodo en esta situación, pero tener una pantalla un poco más grande y un teclado físico no compensa el ir con un bulto a cuestas que además también te exige más espacio vital a la hora de utilizarlo. Cuando te acostumbras al teclado táctil y pillas velocidad, no tiene nada que envidiarle a uno tradicional y tu productividad no se resiente.

Otra cosa que me gusta del iPad es el modo reposo, que le da cien patadas al de cualquier ordenador. Además, no hace falta que cierres los programas que estabas usando antes de apagarlo, así que si uno está a punto de pasarse de parada es cuestión de cerrar la tapita y salir corriendo. No sería la primera vez que salgo medio arrastrándome de un tren porque no he guardado el portátil a tiempo…  Luego está mi parte favorita: la rapidez de carga de las aplicaciones. Con la nueva actualización a iOS 5, además, es mucho más sencillo pasar de una a otra. El hecho de tener a tu alcance recursos como los que ya comentaré (diccionarios, enciclopedias, vídeos) mediante una aplicación, sin necesidad de trabajar a través del navegador, es una pasada, pero que se carguen en un abrir y cerrar de ojos es mucho mejor. Además, las interfaces suelen ser mucho más agradables a la vista en versión aplicación que en los programas que todos tenemos instalados en el ordenador, así que en algunos casos incluso cuando estoy en casa me enchufo al iPad porque me resulta más cómodo trabajar desde ahí, ¡imaginaos!

¿Y sobre un netbook?

Partimos de esta base: nunca le he visto la chicha a los netbooks fuera del uso personal y de relativo ocio. Tiene las incomodidades de un portátil y, encima, en un formato tan pequeño que trabajar en él no es mucho más apasionante que en un tablet: más peso, más grosor, not cool. Jugar ya debe de ser una pesadilla. Si hablamos de formatos reducidos, siempre es preferible librarse del teclado físico: su minusculidad lo hace tan o menos cómodo que uno táctil, aunque es cierto que no roba espacio de la pantalla. Y ahí está, esa palabra mágica que tanto he repetido: «táctil». No hace falta que os cuente lo maravillosa que es dicha tecnología cuando te familiarizas con ella ni la cantidad de tiempo que ahorra. La definición y la calidad de la pantalla también me parecen importantes. ¿Un ejemplo? El iPad y la Smart Cover han resultado ser fantásticos a modo de segunda pantalla para los ejercicios de clase de doblaje: no ocupan demasiado sitio en la mesa y tienen el tamaño perfecto para poder visualizar la película mientras trabajo con el guión en la pantalla grande, sin que me moleste un segundo teclado. Está claro que, actualmente, los netbooks son dos o tres veces más baratos que los tablets, pero creo que, en perspectiva , éstos últimos son más completos porque sirven tanto para trabajar como para sacarle un montón de jugo a tu tiempo de ocio, todo junto pero no revuelto. Y ya no os cuento el gustazo que es traducir una aplicación y poder testearla en vivo y en directo…

Con esta entrada solo pretendo exponer mi experiencia y aportar mi granito de arena para desmitificar esa imagen que algunas personas tienen del iPad como juguetito para geeks, gadget para fardar o cacharro inservible culpable del hambre en el mundo y el calentamiento global. Un iPad es útil, muy útil, de hecho… si lo usas para los fines adecuados. Igual que los videojuegos pueden enseñarte muchas cosas, si sabes a qué jugar o la lechuga no engorda si no le echas tres botes de salsa rosa. Que sí, oiga, si lo quiere usted para tocar un piano virtual y tenerlo en el salón como una pieza de la vajilla para presumir ante las visitas, será una inversión inútil hecha por otro inútil, si se me permite. Que ahí está la cosa, ¿culpamos al invento o al uso que le da el señor que lo compra? Chan-chan, ¡qué tensión, preguntas sin resolver! En la próxima entrada destacaré algunas de las aplicaciones que pueden resultar útiles para cualquier trabajador de bien, especialmente traductores. Stay tunned!

¡Traductor tenías que ser!

Esto es lo que pensarán muchos viendo la que hemos liando hoy, 30 de septiembre, para celebrar a nuestra muy personal manera el Día Internacional de la Traducción. Como casi todos sabréis, muchas asociaciones como ASETRAD y APTIC celebran cada año este día organizando diferentes actividades relacionadas con el mundo de la traducción, todas altamente recomendables. Yo lo he hecho llegando tarde a mi primera clase de multimedia del MTAV. También tengo que darle las gracias a Manuel de los Reyes por elegir justo este día para publicar en su columna, La mano izquierda de la traducción, una entrevista sobre traducción literaria que América Garoña, Cristina Aroutiounova, Laura Carasusán, Rebeca Vicedo, Vicent Torres y una servidora tuvimos el placer de contestar.

No puedo comenzar a decir las tontás que me caracterizan sin ponerme un poco seria y moñas para felicitaros a todos por resistir en esta profesión tan, a veces, ingrata. Los que acabamos de empezar no acertamos a agradeceros lo suficiente el simple hecho de que sigáis ahí, que nos hagáis caso por Twitter incluso cuando lo que tenemos que decir diste de ser interesante y que nos intentéis contagiar de ese entusiasmo que tan rápido se pierde viendo cómo funciona el mundo. Que nos hagáis sentirnos menos raros por amar de verdad nuestra profesión, aunque haya quien no lo entienda. He tenido la suerte de conocer a un montón de gente interesante este último año gracias a la ayuda de la fuerza suprema que mueve el universo: internet. Entre esas personas se encuentra Maya Busqué, estupenda presidenta de l’APTIC y mejor persona, a la que iban a entrevistar esta mañana en Com Ràdio. A mí me gustan mucho los gaticos, los monetes y conocer más sobre la cría de la rana malva, pero a todos nos ha decepcionado ver que esos apasionantes temas (y otros más surrealistas que se os puedan ocurrir) son más importantes que dedicarnos, como colectivo que está de celebración un mísero día al año, cinco minutitos en antena. Por eso, como somos unos desgraciaos, hemos querido expresar (por vez doscientos) nuestro descontento hacia este tipo de feos y vacíos que hacen que los traductores seamos entes invisibles que a nadie le interesan. La parte buena es que, como bien dice el presentador en sus disculpas, somos una piña (de locos exaltados) y podemos permitirnos ir a trollear con mucho estilo muros ajenos. Like a boss.

Espera... ¿está enseñando a coser a un león?

Como hace rato que he perdido el tono solemne, quiero celebrar este día de euforia traductoril analizando a nuestro patrón, San Jerónimo. Antes de nada, tengo que decir que mi ateísmo no es ningún secreto. Durante cierta etapa de mi infancia me dio por presentarme ante la gente tal que así: «Hola, me llamo Nieves, tengo 9 años y no creo en Dios». Esto producía, en primer lugar, mucho estupor en mis interlocutores, que generalmente eran padres de amigos. En segundo lugar, la gente se daba la vuelta y corría muy lejos con su hijo del brazo (dramatización). Sin embargo, como traductora que soy, no me quiero cerrar y acabar teniendo una visión ignorante en la que mi ateísmo equivalga a un interés cero por la religión que, me pese o no, es parte de la historia y la cultura de este mundo raruno. Por eso, haciendo un gran esfuerzo de búsqueda en Google (mentira), me he querido informar un poco más sobre este buen hombre del que, tonta de mí, no sabía nada de nada. Leo un poco sobre su traducción de la Biblia al latín (a la que se conoce como Vulgata) y me dispongo a ver cómo lucía nuestro señor patrón. Una de las primeras cosas que encuentro es la foto que veis arriba. ¿Un traductor que enseña a los leones a hacer calceta? Al parecer no era esta su actividad principal, por lo que veo en otras fotos. Rápidamente me he centrado en la que, creo, es la imagen que mejor le describe. Es decir, esta:

Se le ve muy animado.

San Jerónimo es un patrón requetebien escogido. Como podéis observar en este cuadro tan poco exagerado y barroco, era un tipo desnutrido por culpa de las bajas tarifas de traducción y no le quedaba mucho a final de mes para ropa. Mira que por aquella época no había mucha competencia, pero la cosa ya auguraba lo peor. El cuadro refleja también en sus ojicos una gran falta de sueño, tan típica en todo traductor trabajador que se precie. Suponemos que se despierta por las noches creyendo que ha encontrado la traducción correcta para ese término tan puñetero, pero no, solo le sale «lorem ipsum dolor sit amet». Eso le pasa por haberse hecho un blog anteayer. Se nos distrae. El hombre solo quiere comer, dormir y traducir la maldita Biblia tranquilo, pero es que esta vida es muy dura y se ve que Dios aprieta y también ahoga hasta que no le has enviado el encargo terminado… y baratito, por favor. Otra de sus grandes virtudes es que, dentro de su recogimiento como autónomo, sabe rodearse de la gente adecuada: mirad sino esa bella calavera de unos hermanos siameses (eso, o lo que sea) que le acompaña. En otras representaciones de este buen hombre se ven más calaveras. Vamos, que tenía muchos colegas de profesión, solo que en el otro mundo. No quería competencia, supongo.

Mientras, con un libro delante y la tinta ya seca piensa «¿Por qué no me metí a panadero? Al menos la gente me diría cosas bonitas sobre mis baguettes». Ahí está, como bien indica nuestra buena amiga Eugenia Arrés, «a Dios rogando y con la mazo-cruz dando». Como me decía mi padre por teléfono justo ayer, es como se sobrevive en esta y otras profesiones: hay que quejarse de todo aquello que es injusto, pero también hay que dar el callo. Como podéis observar en la esquina superior izquierda, también acabó usando trompetilla de tanto ponerse el volumen alto cuando le hacían un encargo de subtitulación: los desgraciados no enviaban el guión. Ser traductor le cuesta algunos disgustos a tu salud, y eso te afecta al ánimo. No sabemos si fue antes o después de este cuadro que expresa el amor-odio de nuestro patrón por su trabajo y no queremos alimentar la leyenda más de lo necesario pero, por el bien de esta historia sense cap ni peus vamos a asumir que, en un acto de cabreo por el poco caso que nos hacen a los traductores, le puso unos llamativos cuernos a Moisés. ¿Qué? Se lo merecía, era de esos que van por ahí fardando de separar las aguas, con un montón de fans detrás. Y es que, amigos, si hay una lección imborrable que podáis aprender de esta entrada es que los traductores reptamos en las sombras esperando a vengarnos de todos vosotros y vuestra indiferencia. Ehm… quiero decir…. ¡feliz día del traductor! Apadrina a uno.

A través del espejo y lo que todos encontramos allí

Como Alicia cayendo en la madriguera, Lena con su secreto, Coraline tras una puerta o Matilda ante un libro, todos hemos sentido alguna vez que existen un lugar y un momento donde aquello que imaginamos, que queremos y que tememos se junta para tomar el té y nos da la bienvenida con una inquietante sonrisa. Al principio todo nos parece increíble, no podemos dejar de mirar. Pronto nos damos cuenta de que no alcanzamos a entenderlo y empieza a asustarnos. ¿Qué es este lugar que no comprendo? Todo lo que no sabemos, incluso aunque hayamos oído hablar de ello, nos resulta aterrador. Sospechoso. Nuevo. Seguimos la aventura entre la ilusión y la desconfianza, porque no todos los días llega uno por arte de magia a un sitio que ya creía que no existiría. Encontramos a quien nos ayuda, pero también a quien nos lo pone difícil. La gente, en general, tiende a estar loca como un sombrerero. Nos desesperamos porque el croquet no es lo nuestro. ¿Nos cortará la cabeza la Reina Roja? Eso parece. Está claro. ¿Y si no ocurre? Al fin y al cabo, este es nuestro cuento. No sabemos qué va a pasar, pero estamos contentos de haber conocido este mundo. Tenemos miedo porque parece que no volveremos a verlo. Cae una hoja y… estamos en casa.

¿Qué pasa luego? Luego te despiertas, vuelves y sabes que todo ha pasado de verdad, aunque ahora parezca un recuerdo minúsculo dentro de tu ocupada mente. Entiendes que todas esas veces en las que alguien te dijo que creer que la vida podía ser como un cuento es absurdo e infantil, se equivocaba. Ese alguien no entiende que en los mejores cuentos también se reflejan las cosas más oscuras de este mundo, la tristeza de quien lee y escribe; que no todo en ellos es siempre perfecto. Ese alguien cree que es mejor nacer y crecer siendo ya muy viejo y estando cansado sin haber intentado descubrir si todo podía ser cierto. No puedes y no debes hacerle caso a alguien que no persiguió su objetivo incluso cuando parecía ridículo y peligroso. Alguien que, en definitiva, nunca se molestó en mirar a través del espejo.

Si todavía sigues conmigo, tengo que devolverte a este mundo y contarte que yo sí pude y quise mirar. Poco antes de hacer mis últimos exámenes y terminar la carrera, alguien me llamó desde el otro lado. Aunque todo eso ya lo he contado. Está demostrado que el croquet se me da muy mal y que tardaré un tiempo en ser buena en ello, pero olvidé que hice otras cosas en mi pequeño viaje que fueron, quizá, mucho más importantes. Debieron serlo porque, al final, conseguí mi primer trabajo. Ese primer trabajo que mucha gente se ha encargado de decirme que no existía en estos tiempos tan raros, que nunca conseguiría (y mucho menos nada más salir al mundo, cosa que ya de por sí da mucho miedo). Un trabajo que me gusta, por el que me despierto cada día con ganas de trabajar de sol a sol, que me llena, de lo mío, en una empresa a la que admiro desde hace tiempo, que me trata muy bien, que me paga un salario más que decente y que me da libertad para opinar, crear, aprender y hasta me pide consejos. Que me valora y cuenta conmigo a largo plazo. ¿Es todo tan bonito como parece? Día a día se me hace más difícil contestar con un no a esa pregunta. No creo que haya hecho nada especial para conseguirlo, no sé ni siquiera si me lo merezco. Sólo sé una cosa: nunca dejé de creer que podía hacerlo.

Compruebo cada día que me queda muchísimo por aprender y sé que seguramente meta la pata. Habrá gente que me fustigue verbalmente all over the internet por traducir esto así o aquello asá. De algunos aprenderé y a otros tendré que aprender a ignorarlos. Los primeros días me sentía como un parvulito cuando alguien pronunciaba las palabras «darse de alta en autónomos» o «cobrar por horas» . Luego, gente como Pablo y Curri me ayudaron a dejar de hiperventilar por culpa de la burocracia y a recordarme que lo importante ahora era el trabajo. Y, poco a poco, no sé muy bien cómo, he ido solucionando las cosas que me daban miedo. He comprobado en mis carnes lo puñetero que es trabajar sin un contexto, lo difícil que es a veces encontrar una solución que al día siguiente viene sola, como si nada. Todas esas cosas que ya sabes, que has leído mil veces y por las que intentas criticar lo mínimo el trabajo del de al lado, pero que son muchísimo más evidentes cuando te enfrentas a ellas. He tenido problemas, dudas y dilemas de principiante, y otros simplemente típicos de los locos que nos dedicamos a esta profesión, pero ¿sabéis qué? Todas esas cosas dejan de dar miedo y de preocuparte la primera vez que ves tu trabajo en pantalla, hecho realidad. Sólo por llegar a vivir eso, tengo que deciros que merece la pena que persistáis. Que tengáis paciencia. Si hay un momento en el que podéis arriesgaros, es ahora que no tenéis nada (o poco) que perder.

Hace no mucho decidí volver a sentarme delante de esta extraña cosa que llaman blog. Durante toda mi vida he escrito en sitios como este y también en otros muy distintos con una única motivación: dejar que mis manos vayan por donde deban. Este post, sin ir mas lejos, ha cambiado de tema y de forma tres veces en una tarde y, al final, ha querido ser esto que tenéis delante. Es una muestra de que no, no sé venderme por lo que hago o lo que digo. No escribo, ni trabajo, ni respiro con el fin de encontrar nada a cambio, aunque me sienta muy honrada si eso ocurre. No me hice una cuenta de Twitter para conseguir followers. No actualizo mi Facebook para que la gente monte debates de varias páginas, a pesar de que tienda a ocurrir con frecuencia. No volví a la blogosfera porque 9 de cada 10 profesionales lo recomiendan. Y no me hace feliz mi trabajo por ver lo que consigo a cambio, sino por hacerle la vida más fácil a alguna persona con ello. A pesar de que todo eso va en contra de la idea del éxito que os intentará inculcar mucha gente, a mí siempre me ha funcionado. Siempre. Por eso tengo que darle las gracias a mis padres: por prestarme muchos libros y por enseñarme que no cuentan mentiras.

Habrá gente que os aconsejará que relativicéis cada uno de los pasos que déis en el País de las Maravillas. Que ocultéis los tropiezos al mundo, porque es contraproducente enseñarlos. Que no escribáis eso en vuestra bitácora de viaje. Que lo miréis todo siempre con una sonrisa incluso cuando lo correcto es poner una mueca y que le contéis al que viene detrás, o al que va a abrir una puerta, o al que va a atravesar un armario lo que quiere oír, aunque no siempre sea verdad. Yo os sugiero que sintáis esos pasos bajo los pies, aunque a veces duelan, aunque a veces os hagan creer que todo va a ir mal. Que os los creáis de verdad si es que va bien. Que recordéis que Alicia tuvo que nadar en el mar de sus propias lágrimas para llegar al otro lado de la cerradura. Que sois vosotros quienes estáis caminando. Son vuestros pies. No los uséis con cabeza, no camináis con ella. No está hecha para eso. Con ella, eso sí, podéis mirar al que os indica el camino a casa. Pero tenéis que recorrerlo vosotros.

No todos los caminos llevan a Roma

«Un blog no es un blog si no lo mantienes». Esto no me lo decía mi madre cuando era pequeña, no, pero puede que mis hijos graben a fuego esa sabia enseñanza en sus mentes. Nunca se sabe cuáles serán las «frases de madre» del futuro. No puedo sino pedir perdón a toda la gente que me lee y que, por algún extraño motivo, espera que siga escribiendo. Están locos estos romanos… Os diría que tengo una buena excusa, pero entonces iríais a mi perfil de Twitter y os daríais cuenta de que, en realidad, se me da mucho mejor dedicarme a los 140 caracteres de rigor. Por otro lado, nadie puede negar que estos días han sido convulsos. Me acerco estrepitosamente al último examen de mi carrera, que ha durado un año más de lo que jamás habría imaginado. En su momento esto me pareció un drama y sentí que había cometido un tremendo «fail». Sin embargo, en perspectiva, creo que este podría ser, sin lugar a dudas, el mejor de mis cinco años como estudiante universitaria. Hace poco más de un año que se celebró la graduación de mi promoción. La verdad es que gran parte de los allí presentes todavía teníamos algunos créditos pendientes, ya que pocos somos los que no hemos aprovechado un año de Erasmus o una beca de movilidad y, como sabréis, las convalidaciones son bastante tristes, en especial si te vas a estudiar fuera de Europa. Sin embargo, aquel día el sentimiento de liberación, de fin de un ciclo, fue real. Se respiraba en el ambiente. Para mí fue como despertar de una corta pero intensa pesadilla.

Fotografía de alto contenido irónico

Cuando decidí venir a Barcelona a estudiar desconocía muchas cosas, algunas no podía saberlas y sobre otras no tenía la información necesaria, algo que pienso arreglar muy pronto yo misma escribiendo ese post que a mí me habría gustado encontrar en internet el día que supe que tendría que enfrentarme sola a la gran aventura migratoria. En estos cinco años, mi vida ha cambiado radicalmente cada doce meses. Lanzarse a estudiar lejos de casa no es algo fácil, no señor. He vivido en sitios muy diferentes, con personas de todo tipo, he tenido situaciones personales realmente difíciles, momentos muy buenos y momentos muy malos. Al principio todas esas cosas me paralizaban, me disgustaban o me parecían excepcionales. Este último año ha sido igual en muchos de esos aspectos, pero algo ha cambiado: he asumido que la vida es eso. Es estar muy arriba, o muy abajo, no saber lo que va a pasar mañana, hacer planes, creer que lo sabes todo, sentirte pequeño porque no entiendes nada. De algún modo, este quinto año que empezó siendo para mí una mancha en el expediente, una piedra en el camino o un error irreconciliable, ha sido, por otro lado, el más real. Después de muchos años, he tenido tiempo de asumir todo lo que leía, de digerirlo, de ser consciente de que estaba estudiando para aprender y no para ganar ningún tipo de carrera contra nadie y de volver a hacer todas esas cosas con las que tanto aprendí en la adolescencia: correr por internet, saborear el cine, conocer gente, devorar cómics, dedicarme mi tiempo a mí y a mi diminuto alter ego nivel 85, regalarle una pequeña parte de ese tiempo a los demás. He tenido la oportunidad de ser amable y de dejar que la gente lo fuera conmigo. He podido leer, volver a encontrar las ganas de escribir y sentirme absurdamente feliz rellenando perfiles en redes sociales. Esas cosas que hoy son un pasatiempo y mañana te dan trabajo.

Mi año de más, esa mancha imborrable, ese que muchos dirían que dice algo malo de mí, resulta haber sido algo tan inesperado como positivo. Ayer hice mi primera entrevista de trabajo. La oportunidad salió de la nada, perdida en mi carpeta de spam. Unos días antes, el trabajo de mis sueños pasaba por delante de mis narices, pero yo no podía seguirle los pasos. Aquel día me pregunté hacia dónde podría ir mientras eso cambiaba. Y, mira tú por donde, cuando dejó de preocuparme, alguien vino a recogerme. Cuando una de esas empresas a las que respetas y admiras viene a buscarte sin que tú hayas hecho nada más que existir, no puedes evitar sentirte un poco especial. Aunque esa empresa haya encontrado a otras 500 personas, es imposible no pensar que estás haciendo algo bien. Un par de correos intercambiados, una sensación tremenda de haber conseguido algo enorme. Y llega el día. ¿La entrevista? Huelga decir que estuvo lejos de ir como la seda. Por ser la primera, por ser en inglés, por ser a distancia y por mis viejos conocidos, los nervios. Tampoco fue un despropósito. Simplemente no fui yo. Ahora mismo siento que he defraudado a quien creía en mí, que me he fallado a mí misma, que he fracasado cuando la mitad ya estaba hecha, que no tengo ninguna posibilidad de arreglarlo. Luego pienso en mí hace un año, sintiendo la misma decepción por no haber conseguido alcanzar mis propias expectativas. Pienso en lo que me equivocaba, pienso en todo lo que he recibido de la gente estos días, de mis amigos y de quienes sólo me conocen un poco. Pienso que eso puede ser más valioso que un trabajo, por más increíble y divertido que sea. Pienso que más me valdría sentarme a pensar en lo que he ganado que torturarme por lo que puedo haber perdido. Donde hace una semana ni había un camino, ahora hay construido un callejón sin salida. Por algo hay que empezar.

¿Qué quiero decir con todo esto? Puede que un día, a pesar de lo que os diga la gente, queráis u os veáis obligados a cambiar la ruta que teníais planeada. Puede que no os lleve a Roma, como todo camino que se precie. Puede que os lleve a un sitio mejor. Puede que haya gente que llegue antes y puede que haya gente que llegue después. Puede que esa parada que os pareció una pérdida de tiempo, que jamás os serviría para nada, mañana os lleve a un sitio donde jamás habríais imaginado estar. Puede que a veces os sintáis culpables de ir por un camino que os gusta en lugar de por el que deberíais estar siguiendo. La pregunta es, ¿habéis disfrutado? ¿Habéis aprendido? Si la respuesta es que no, ese será vuestro único error imperdonable, queridos amigos. Ese, y pensar que es mejor vivir una pesadilla corta, como creía yo, que hacer del camino una experiencia relevante, por largo que sea. Hay que seguir andando, con rumbo o sin él. Siempre seguir andando.

El peligro de traducir para vender

Como muchos sabréis, cuando uno está hasta arriba de trabajo y las fechas límite le acechan como hienas salvajes siente un deseo repentino por hacer todas esas cosas que ayer, que tenía el día libre, le parecían poco apetecibles. Por ejemplo, leer ese libro que dejaste a sólo cuarenta páginas de terminar hace dos meses, jugar a ese videojuego que hace tanto que no sabe de ti que está punto de desinstalarse él solito o buscar una excusa en un encuentro casual con IMDb para terminar escribiendo un post. Si nos basamos en datos empíricos, se podría decir que hoy, a dos días de una entrega para Historia Antigua a través del cine, he cumplido dos de esas tres cosas. ¿Por qué exponer al mundo mi carácter procrastinador cuando todavía no tengo trabajo, os preguntaréis? Pues para contextualizar, aun a riesgo de cavar mi propia tumba y enterrarme dentro con mi escasa buena reputación. Como os contaba, estaba buscando información sobre la serie Spartacus: Sangre y arena en IMDb para un trabajo que tengo que hacer sobre El Peplum en Hollywood 2.0: La antigüedad en la televisión. Los que me conozcáis un poquito entenderéis por qué me decidí a hacer esta asignatura. Los que no, debéis saber que me encanta el cine desde que tengo memoria, cosa de la que mi hermano Javier tiene buena parte de la culpa. Mi tradición más sagrada es ir cada viernes a mi sala más cercana y, cuando no puedo, me quedo en casa con mi fría tele de plasma. El primer año que pasé en Barcelona iba a menudo al Club Coliseum a ver películas sola y, si aún viviera en Madrid, estoy segura de que sería una de las socias más pesadas de la Filmoteca. Incluso con la sala llena de gente irrespetuosa, que ya es rutina, hay algo en el cine que hace que mi mente anule todo eso y me quede siempre con lo bueno, por poco que ofrezca una película. Sé que hoy en día la mayoría del cine que nos llega es un negocio y en muchos casos un montaje glamuroso evidente. Muchas veces acepto eso y voy a ver películas que podrían ser más de lo que son y otras me siento en una sala a la una de la mañana, sola con mi pareja, viendo una película que nadie sabe cómo ha sobrevivido en cartel más de dos semanas.

Entre unas y otras puede haber muchas diferencias, pero si hay algo que me cuesta tolerar en ambas son los títulos. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Dónde nació esa tendencia de estupidizar al máximo los títulos de las comedias? ¿Por qué las distribuidoras sufren tanto sólo de pensar en traducir al castellano los títulos de las películas de ciencia ficción? ¿Desde cuándo respetamos el título en inglés sólo cuando «queda molón» y no cuando realmente tiene sentido hacerlo? No puedo comprenderlo. No sé cómo hemos llegado hasta aquí. Claro que si recuerdo que soy una fiel defensora del cine en versión original, todo esto de los títulos se me desbarata un poco. Me sucede lo mismo con los «tráilers», puesto que no han sido pocas las veces en las que me han vendido una película que yo no quería ver, hasta que algún conocido sin miedo le ha echado un vistazo y me ha sacado de mi error. Mi pregunta es, ¿qué culpa tengo yo de que las distribuidoras se empeñen en intentar vender películas orientadas a un público muy específico a las grandes masas? ¿Por qué es mi deber despojarme de todo prejuicio e indagar sobre el título original de cada comedia que voy a ver para saber si es un pestiño o puede merecer la pena? Porque hay personas ahí afuera que quieren hacerse ricas, señores. Los daños colaterales somos nosotros, los espectadores más fieles, y un traductor que está en su casa escribiendo con su propia sangre un título que le horroriza por encargo de su jefe, al que llamaremos «El Corbatas» (desde aquí, mi profundo respeto a la gente que lleva corbata al trabajo y SÍ tiene escrúpulos). «El Corbatas», si pudiera, le vendería Pi: Fe en el Caos de Aronofsky a tu tía, la que el otro día lloraba con la boda real inglesa. Y si le dejan, lo va a intentar. La primera víctima será el traductor, ese pobre hombre que, en el imaginario colectivo, es el culpable de las atrocidades que vemos cuando consultamos la cartelera. De él me he acordado hoy cuando he visto en ese hermoso lugar que es IMDb que «Coming soon» tenemos la secuela de The Hangover, película que en España se tradujo como Resacón en las Vegas. También me he acordado de este artículo de Xosé Castro en El Trujamán y de cómo subía y bajaba la cabeza en gesto afirmativo o me llevaba las manos a la cabeza en un gran «facepalm» mientras lo leía.

Es que "La resaca" les sonaba a cosas del mar.

Hay muchísimos errores de traducción que se solucionan con un simple parche de contenido, una reedición o una actualización de una web. El título de una película es para siempre. Sí, para siempre. Por eso, «El Corbatas» debería pensárselo dos veces antes de cortarle las alas al traductor. Y el traductor, si se siente valiente esa mañana, debería intentar explicarle a «El Corbatas» (aunque ya sé que es muy complicado, amigos) por qué Resacón en las Vegas es un título desafortunado no, lo siguiente. La primera vez que vi anunciar esta película sentí un escalofrío en la espina dorsal. «Otra» pensé «otra maldita estúpida comedia americana» (¡cuántos adjetivos! Y los que me dejo). Puede que un viernes por la tarde me planteara verla, pero no estaba en mi lista de prioridades de aquí al 2080.  Todo por un título. Un título que me alejó de una más que divertida comedia hasta que las recomendaciones pudieron más que el repelús. Sin embargo, amigos, más allá de los prejuicios iniciales que nos pueda suscitar un título está el verdadero crimen, y es que esta traducción nos ata las manos de cara al futuro. Ahora mismo eso es algo peligroso, las secuelas están a la orden del día y más en franquicias que funcionan solas. Parece que dejar el título como La resaca, que no es ni más ni menos que la traducción literal del original, le daba un aire demasiado serio. Hasta se podría confundir con una comedia europea, «El Corbatas» no lo quiera. Supongo que el siguiente paso era hacer que la palabra «resaca» fuera más simpática: pues «resacón», que es lo que tiene la gente de a pie: «uf, vaya resacón…». Pues vale, muy bien, aceptamos barco. No, no, «El Corbatas» todavía no está contento, a esto le falta glamour, le falta el toque «hollywoodiense». «¿Dónde dices que es la peli?», pregunta. «En Las Vegas», contesta el traductor. «Por favor, simple traductor ¿qué vende más que Las Vegas, icono del capitalismo por excelencia? Ponlo, ponlo. Y al diseñador le dices que me cambie esa letra estilo palo seco por unos neones guapos, guapos.» Y así nació Resacón en las Vegas y llegó hasta nuestros cines. Imaginemos que el traductor, osado, se atrevió a sugerir que, si la película tenía éxito (como en los tiempos de Hot Shots!) se haría una segunda parte y que «El Corbatas», en su actitud habitual, se fue a recargar su móvil corriendo aburrido por tales tecnicismos lingüísticos que ahora no eran más importantes que ganar dinero. Y entonces llegó el día.

Donde antes teníamos un simple The Hangover ahora tenemos un The Hangover 2, y el nuevo traductor un marrón importante. ¿Dónde queda la continuidad de la saga? No podemos llamar a la película Resacón en las Vegas 2, simplemente porque ¡oh! sucede en Tailandia. El traductor, azuzado por la distribuidora y su leal súbdito, «El Corbatas», deambula por casa fustigándose con una hoja de ficus y preguntándose «¿¡qué hago ahora, Santa Patata Frita!?». Con este problema encima sólo hay una solución: la referencia a la franquicia no puede perderse y lo único que nos queda libre de contextos pasados es «resacón en». Ahora la solución más limpia, bonita y lógica sería informarse, averiguar que, como decíamos, la película sucede en Tailandia y unir las piezas como si de un puzle para niños mayores de 18 meses se tratara: Resacón-en-Tailandia. Qué bonito, qué melódico, qué continuidad. Pero no. «El Corbatas» no está satisfecho y nadie lo entiende, pero él acaba de ver una oportunidad de mejorar su glorioso primer título. Quiere un 2 y lo quiere para ayer. ¿Cómo va a saber la gente que es una segunda parte si no hay uno? Ya tenemos Resacón 2. Podríamos dejarlo ahí y aceptar una ligera reminiscencia de una película a otra, pero no. En la anterior quedaba claro dónde sucedía la acción, ¿por qué aquí no? Hay que arreglarlo. Al más puro estilo Fairy de limón subtitula «¡Ahora en Tailandia!» como quien exclama «¡Ahora con más concentrado de limón!». Sublime ¿verdad? Sin duda, cuando voy al cine lo que quiero es tener la sensación de que me están vendiendo un yogur en lugar de una película. El problema del señor que vende es que no siempre piensa como el señor que consume. O, mejor dicho, el señor que vende piensa siempre que el señor que consume es idiota. Esto me hace mucha gracia, especialmente después de años de oír a mis profesores que no hay nada más «reader friendly» que el inglés (¡huid de la anáfora y la catáfora, pecadores!). Resulta que los distribuidores de nuestro país no están de acuerdo: ellos quieren llegar a la cumbre de la simplificación, quieren darle la información mascada o, peor aún, adulterada, a sus espectadores.

Cada vez que añades un subtítulo un rotulista mata a un gatito.

Incluso asumiendo la idiocia del espectador, Resacón en Tailandia era una opción mucho más lógica ahora que nos hemos metido en un jardín del que no podemos salir. Aun así, podía tener sus inconvenientes. Supongo que «El Corbatas» pensó que la gente la confundiría con un remake oriental de la primera, y no la relacionaría con una segunda parte (a pesar de que tengamos el cartel con los mismos actores y nos bombardeen a publicidad). Algo parecido ocurrió con la desafortunada Bienvenidos al Sur, que fue confundida por mucha gente por una segunda parte de Bienvenidos al Norte (una comedia francesa que recomiendo encarecidamente, por gafapasta que suene), en lugar de ser tomada por lo que era: un remake a la italiana de esta última. De hecho, toda la confusión viene de la propia traducción en español e italiano de Bienvenidos al Norte, puesto que el título original en francés es Bienvenue chez les Ch’tis. Ni norte, ni sur. Mirad en qué líos nos puede meter una traducción. En el caso de The Hangover fueron mucho más inteligentes las traducciones de otros lugares como Italia, donde se llamó Una notte da lioni (literalmente, Una noche de leones), o Sudamérica, donde se tituló ¿Qué pasó anoche?. En ambos casos el título elegido no nos ata las manos de cara a posibles secuelas y con añadir un simple 2 el público asociará automáticamente una película con otra. Puestos a cambiarle el título a la película para hacerla más transparente o comercial, prefiero cualquiera de las dos opciones anteriores, aunque también es peligroso si el día de mañana a alguien le da por rodar What happened last night? (de hecho, ya hay una película coreana que se llama así). No quiero dar a entender que los españoles seamos primates sin ningún tipo de lucidez y nos sea totalmente imposible relacionar una película llamada Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia! con su predecesora; es que estética, lógica y contextualmente es un horror. Un destrozo. Un sacrilegio. Y lo peor de todo es que la culpa no la tiene el traductor y eso no lo sabe casi nadie. Seguramente nuestros familiares, amigos y conocidos estén cansados de que saltemos siempre que alguien lo menciona como fieras recién liberadas: «¡te estás equivocando, eso no es culpa del traductor, es que las distribuidoras les obligan a buscar un título comercial y lo más graciosete posible para atraer a incautos!». Todo esto con la cara roja y la furia de quien ve su profesión criticada desde el desconocimiento, claro, pero nos desviamos del tema. En otros países también hubo elecciones que nos trasladan al más absoluto surrealismo, como es el caso de Bélgica y Francia donde se llamó Very Bad Trip. Sí, señores, cambiamos un título en ingles por… otro en inglés. Fantástico.

Otra que tal baila.

Llegados a este punto sólo me queda preguntarme qué habría pasado con películas como Ocean’s Eleven de haber sido traducidas con este tipo de criterios. Qué pasaría si alguien hubiera decidido adaptarlas al castellano y en vez de Los once de Ocean se les hubiera ocurrido traducirlo como Los chicos de Ocean o Dándolo todo por mi colega Ocean o alguna otra sandez digna de un programa de Leticia Sabater, que tantas secuelas ha dejado en mi ya de por sí dañada mente. De haber sido así, cuando llegara Ocean’s Twelve iríamos a nuestros cines para encontrarnos con Los chicos de Ocean: ¡ahora son doce! y buscaríamos lo antes posible no la salida de incendios, sino la entrada más cercana al infierno. ¿Y si Los padres de ella, una traducción bastante libre pero que a mí me gusta, se hubiera llamado ¡A por los suegros!?  ¿Nos habríamos atrevido a llamar a la segunda parte ¡A por los otros suegros!? ¿Qué me decís de cambiar 28 días después por Infectados, y luego a 28 semanas después por Vuelven los infectados? Cuando salga 28 meses después podemos rematar la faena ofreciendo al público Los infectados vuelven a volver. Puede pareceros que estoy llevando las cosas al extremo, pero veo que, al menos en algunos géneros, este es el camino que está siguiendo la industria. La industria, quiero insistir. Por suerte, en estos casos hemos salvado el pellejo pero, ¿y si alguien decide hacer una secuela para (500) Days of Summer (aquí (500) Días juntos) y la llama (500) Days of Autumn? ¿Cómo se va a llamar, (500) Días Superjuntos o (500) Días Pegados? Si habéis visto la película sabréis que Summer es la protagonista, de ahí el juego de palabras: (500) Días de verano vs. (500) Días con Summer. Reconozco que este caso concreto era muy complicado, y es uno de esos en los que yo habría mantenido el original y habría puesto la traducción en un subtítulo, o incluso habría eliminado el juego de palabras dejándolo en un simple (500) Días con Summer, que al final, como espectador, nos dice lo mismo que (500) Días juntos y deja más puertas abiertas. Además, en español ya de por sí sobra ese 500 entre paréntesis, porque si lo quitamos el título queda condenadamente mal (Días juntos) mientras que en inglés suena perfectamente familiar (Días de verano). Y es que, ¿en cuántas ocasiones el significado del título de una película no se recoge dentro de la misma? Si os interesa contestar a esta pregunta, os recomiendo que visitéis este completo blog sobre títulos de películas, está lleno de curiosidades.

Ahora ya he procrastinado, he huido de mis responsabilidades durante un rato y os he contado algo que, en el fondo, no tiene relevancia. Porque sí, pase lo que pase, «El Corbatas» ya ha ganado y lo único que ha cambiado es que esta traductora, mientras compre su entrada para Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia!, fruncirá el ceño. Y mucho.